febrero 21, 2008

CHILE 1970 – 1999: TRANSFORMACIÓN PRODUCTIVA Y CONSECUENCIAS URBANAS.

1. Resumen.

El presenta trabajo tiene carácter de investigación exploratoria y documental y su objeto de estudio es la relación existente entre la transformación productiva vivida en Chile en las últimas tres décadas, Las Políticas de desarrollo Urbano que de ellas han emanado, los instrumentos legales que las han hecho posibles y el territorio.

No pretende alcanzar rigurosidad científica ni metodológica. Más bien pretende ser la base para posteriores estudios que, con mayores detalles, logre describir y explicar como las transformaciones productivas se materializan en políticas de desarrollo urbano nacional y en leyes que son la expresión formal de las mismas y avanzar sobre los cambios necesarios de ejecutar en estos ámbitos para construir "la ciudad que queremos".

Para esto, se realizará un esfuerzo para situar al País en el contexto histórico y político de la época que marca el inicio de nuestro análisis, para luego centrarse en un estudio de cómo la transformación productiva impuesta se materializó en las políticas de desarrollo urbano de 1979 expresada en las modificaciones a la Ley General de 1976, en D.L Nº 3516 Sobre División de Predios Rústicos y cómo la PNDU de 1985 que pretendía revertir a su predecesora, no logra materializarse en un cambio al nivel de las Leyes que rigen el comportamiento de los actores públicos y privados en el territorio hasta el esfuerzo del PRMS de 1994 en donde se expresa en un instrumento de la ley todo el esfuerzo de síntesis de la discusión nacional que, desde el retorno a la democracia, se viene gestando.

En base a estos análisis pretenderemos sacar algunas conclusiones que nos permitan imaginar algunas modificaciones a la Política Nacional y a la ley, que pudieran ayudar a materializar la actual discusión de la política nacional de desarrollo urbano.

2. Introducción.

En las últimas décadas, el país ha sido testigo de una de las más profundas transformaciones de su estructura productiva, social, política y cultural. El neoliberalismo, sistema económico y cultural impuesto a la fuerza por la dictadura militar, terminó de destruir el modo de producción existente hasta mediados de la década del 70, desmantelando sin revertir, una serie de cambios estructurales producidos por el gobierno de la Unidad Popular, representados por el Estado de Bienestar Social, desarticulando y destruyendo el tejido social existente con el objetivo de desvincular la gestión económica del Estado de las presiones del sistema político y la sociedad civil no empresarial[1].

Así el Estado fue transformado y concebido sólo como un ente económico al servicio del capital nacional y extranjero y se abocó a cimentar un sistema lo más funcional posible a la reproducción de la riqueza y a la acumulación del capital.

Esto se logró a través de siete medidas que según Díaz, pueden considerar como la agenda básica del Neoliberalismo[2]:

a. La apertura externa unilateral;
b. Las privatizaciones extensivas de las empresas públicas;
c. El desmantelamiento de la regulación de mercados de bienes, servicios y del trabajo;
d. La liberalización del mercado de capitales, integrando a este el sistema de fondos de pensiones;
e. El ajuste fiscal basado en la reducción de los gastos públicos y la extensión de la base tributaria de impuestos indirectos;
f. El cambio en el carácter del gasto social el que pasó a ser focalizado y compensatorio y;
g. El desmantelamiento de la política industrial para concentrarse en la gestión macroeconómica (Díaz 1996).

El mercado fue entendido como el único capaz de regular las relaciones sociales (entendidas éstas, según Marx, como cualquier tipo de relación existente entre la especie humana y la de ella con las otros sectores de la naturaleza) y la sociedad chilena fue desplazada de su sitial de eje central de las preocupaciones gubernamentales y en su lugar se instaló la macroeconomía, para la cual la sociedad chilena se convirtió en un instrumento más de su objetivo único: el equilibrio macroeconómico, el crecimiento económico sostenido, el surgimiento de una nueva burguesía del tipo burocrático, la reproducción de la riqueza y la acumulación del capital.

En este contexto, la naturaleza y por ende la tierra y el suelo urbano, fueron considerados también como instrumento para el crecimiento económico y el mercado se declaró, como en todo, amo y señor del suelo, tanto urbano como rural. La tierra dejó de ser considerada como un bien escaso y como materia prima para la satisfacción de las necesidades, y se anularon las limitaciones de explotación que sobe ella existía[3] (PNDU 1979). La ciudad creció en diez años lo que no había crecido en cien y multiplicó por dos su extensión en poco más de una década.

El Estado disminuyó su grado de responsabilidad social traspasando a los privados la gestión de lo que antes se consideraban como derechos básicos, salud, educación, vivienda, previsión social, etc. Entre ellos la vivienda fue considerada como un bien.(Bravo y Martínez, 1993), a diferencia del gobierno de la unidad popular que la consideraba como un derecho; y desde ese momento debía adquirirse con el esfuerzo y el ahorro de la familia, reservando para el Estado solo la planificación, la gestión de las normas y la subsiedaridad para aquellos que no pudieran por sí solos, resolver el financiamiento de su propia vivienda. Por último se resguardaba también para el estado el control del proceso cuya producción caía bajo la responsabilidad exclusiva del sector privado que a partir de entonces podía lucrar indiscriminadamente con las necesidades más básicas de los chilenos y chilenas.

Se pretendía la formación de un mercado abierto del suelo urbano y de viviendas, tal como se hizo con el mercado del trabajo, y paulatinamente se iría completando el traspaso de responsabilidades al sector privado, entregándole primero la responsabilidad sobre los proyectos de arquitectura y urbanización, y posteriormente la elección de los terrenos para la ubicación de los conjuntos, sistema conocido como “llave en mano”.(Bravo y Martínez, 1993)

El mercado inmobiliario se apoderó de la ciudad y los habitantes de menores recursos fueron expulsados de los lugares en donde vivían y llevados a la periferia, sin considerar sus expectativas de vida, escondiendo la pobreza y cubriendo con un velo la segregación espacial y social que se iba gestando en este Chile moderno cuya política de desarrollo urbano aspiraba a la conformación de barrios homogéneos lo que inevitablemente llevaría a la construcción de una ciudad dicotómica en donde convivirían sin conocerse la riqueza y la pobreza, el derroche y la escasez, la salud y la enfermedad, la seguridad y la inseguridad; la protección y la vulnerabilidad (Jadue, 1996).

La especulación del suelo urbano terminó por arrasar con estupendos suelos agrícolas, con innumerables plazas de trabajo y con no menos comunidades rurales que fueron absorbidas por el siempre todopoderoso crecimiento económico, en virtud del cual, todo vale. El error fue reconocido más tarde[4] (PNDU 1985), pero el proceso se reveló ya como algo irreversible, ya que el estado nunca volvió, hasta el día de hoy, por lo menos, a tener capacidad para pensar por la sociedad en su conjunto, ubicándose siempre al servicio de los intereses privados que hicieron de la especulación el mejor de los negocios.

El término del régimen autoritario trajo consigo a gobiernos que con la promesa de una transición a la democracia y con la imposibilidad de profundizar los procesos de democratización y reconstrucción de la sociedad civil, se han dedicado sólo a administrar el modelo, intentando “humanizarlo”, pero sin lograr cambiar en nada lo sustancial del mismo, perpetuando un sistema antidemocrático, no participativo y excluyente que para nada ha logrado revertir el proceso antes mencionado. Los tímidos avances en materia de descentralización se han encontrado con una cultura organizacional que ha mantenido la vieja forma de hacer política en las nuevas estructuras.

Sin embargo, en la década de los 90, con el llamado retorno a la democracia, se intentó poner término oficialmente a la expansión ilimitada de la ciudad con el Plan Regulador Metropolitano de Santiago PRMS 1994), pero proyectos como el Plan Chacabuco y otros, avalados por el propio estado, siguen atentando contra los suelos fértiles cada vez más escasos de la región central, contra las fuentes de trabajo que de ellos emanan o podrían emanar y contra las comunidades que en ellos viven..

Así, el proceso de segregación espacial fue llevado a cabo, como muy bien lo expresara Mauricio Valenzuela, primero a través de la expulsión forzada bajo dictadura y segundo por la expulsión velada que significó la continuación de un modelo de subsidio habitacional que no ha cambiado los patrones de localización ni otorga posibilidad alguna de elección a los beneficiarios (Valenzuela, 1997). La riqueza se ha seguido acumulando, la pobreza se ha seguido extendiendo y la distribución del ingreso es cada día más desigual distanciando aún más las realidades que coexisten sin convivir, al interior de nuestra “comunidad urbana”.

En este contexto, estos últimos años han estado marcado por un aumento sustantivo en la conflictividad social producto de la excesiva y desigual división de los costos y los beneficios del equilibrio macroeconómico entre la población en tiempos de crisis. Ningún sector productivo ha estado ajeno a ello y sin duda los movimientos sociales de carácter reivindicativos fueron protagonistas inolvidables del año que esta terminando.

Sorpresivamente y por primera vez, luego de casi tres décadas, a las demandas más tradicionales como salud y educación se sumó la crisis del modelo de políticas habitacionales, la contaminación y la congestión, en suma, el deterioro progresivo de la calidad de vida de los habitantes de la gran ciudad metropolitana.

Los efectos de El Niño, en 1997, dejaron en triste evidencia la inoperancia histórica de las virtudes auto – optimizantes del mercado bajo condiciones de “laissez – faire” en el espacio urbano y en las soluciones habitacionales, lo que ha dejado entrever la necesidad imperiosa de intervención del estado en los temas de importancia social, por una parte, y la necesidad de resignificar la vivienda como concepto, por otra.

3. La PNUD De 1979 Y Sus Principales Instrumentos;
Las Modificaciones Al D. S. 458, MINVU De 1976 (D.O.13.04.76)
Y El D. L. Nº 3.516 (D.O 1.12.80).

La Política Nacional de Desarrollo Urbano de 1979 es la piedra angular del desarrollo teórico que, se pretendía por la necesidad urgente de realizar los cambios económicos antes descritos. En ella se plasman los principios fundamentales que guiaban los cambios y que se presentaban como completamente contrarios a todo aquello que existía como tradición del urbanismo contemporáneo en la forma de entender la ciudad. La mejor manera de entender su impacto es quizá un rápido recorrido por sus declaraciones y enunciados, desde donde puede desprenderse con facilidad las ideas que neoliberales que avalaban su dictación.

Al igual como se entendía en otras esferas de la vida cotidiana, las garantías que pretendía resguardar la política en cuestión (privacidad, luz, aire y seguridad), se otorgaban "sobre la base de asegurar el funcionamiento de un eficiente mercado de la tierra urbana; de una adecuada planificación de los recursos públicos destinados a equipamiento y e infraestructura; y el establecimiento de normas de urbanismo y construcción claras e iguales para todos los habitantes" (PNUD 1979, pag 3).

La primera declaración de principios de esta nueva política era entender el suelo urbano como un recurso no escaso. "Su aparente escasez es consecuencia de la falta de concordancia entre las normas técnicas y jurídica- por las cuales se rige el desarrollo urbano- y las condiciones de oferta y demanda del mercado inmobiliario"(PNUD 1979, pag 3).

En el punto 2 de las declaraciones iniciales se termina de delinear los criterios que rigen en el ordenamiento territorial cuando se afirma que el uso de suelo queda definido por su mayor rentabilidad. En el punto 3 se presenta las ventajas comparativas que emanan de la concentración espacial de la población, lo que permite economías de escala que abaratan costos y maximizan las utilidades. El punto 4, para terminar, define que el uso de suelo debe regirse por disposiciones flexibles, definidas por los requerimientos del mercado. A pesar de estas claras directrices, el estado se impone el deber de proteger el bien común, lo que a nuestro parecer constituye una simple declaración formal de buenas intenciones (PNUD 1979, pag 3).

En cuanto a los enunciados de la política la PNUD planteaba con respecto a la planificación urbana, que se pretendía aplicar un sistema de planificación flexible con el mínimo de intervención estatal. Respecto de la expansión de las ciudades, planteaba la necesidad de definir procedimientos y eliminar las restricciones de modo de permitir el crecimiento natural de las áreas urbanas, siguiendo las tendencias del mercado. Respecto de la renovación de las ciudades, buscaba legislar en beneficio de los proyectos que promovieran la renovación urbana de zonas deterioradas, especialmente en aquellas ubicadas en las cercanías de los centros principales de las ciudades. Respecto de la vivienda, promovía la conformación de un mercado abierto de viviendas dejando al sector privado la responsabilidad de su producción.
Así las cosas, en todo orden de cosas se reconocía al mercado como el principal indicador para determinar la cantidad de terreno que requerirá el desarrollo de las actividades urbanas y la dirección del crecimiento dominante. Para estos efectos se establecieron leyes que pudieran dar curso a la política en cuestión y se estructuró, incluso anticipadamente, una ley cuyas excepciones a la norma anulaban las leyes generales incapacitando al estado, en sus distintos niveles de acción, para enfrentar el apetito inmobiliario. El primer paso fue la sustancial modificación al Plan Intercomunal de Santiago que haciendo realidad todo lo dicho, se concretó en el D.S. 420 de 1979 que creo la denominada "Área de Expansión Urbana", derogando, al mismo tiempo, los capítulos dedicados a la localización de vivienda social y el equipamiento, haciendo desaparecer, además, las condiciones restrictivas al crecimiento en extensión que normaba la antigua "Área Suburbana".

La legislación que se proponía se basaba en exigencias mínimas a la hora de las aprobaciones de los instrumentos de planificación, que no consideraban ni materias medioambientales, ni los estudios de capacidad e impacto de la infraestructura necesaria para soportar el crecimiento en cuestión. Para demostrar esto, basta con observar la composición del Plan regulador Comunal según el D.S. Nº 458 MINVU de 1976, que en su artículo 42 exige solamente la memoria explicativa, el estudio de factibilidad de agua potable y alcantarillado, la ordenanza y los planos, sin asumir los cambios mundiales que en esta materiase estaban dando y que decían relación con el cuidado medioambiental (L.G.U.C., MINVU. Editorial Jurídica de Chile. 1977). Nada se dice de participación y mucho menos de definir zonas no aptas para ser habitadas ni nada por el estilo.

Otro elemento importante para entender la magnitud de la política en cuestión, son los artículos 79, 80, 81 y 82, que conforman el párrafo 3º referente al saneamiento de poblaciones[5], que pese a estar incorporados desde antes en la legislación, es en este período cuando cobran relevancia. En estos se planteaba que correspondía a las municipalidades desarrollar acciones necesarias para la rehabilitación y saneamiento de las poblaciones deterioradas o insalubres dentro de la comuna, en coordinación con los Planes de esta misma naturaleza y planes habitacionales del ministerio de vivienda y Urbanismo. Para esto se establecían atribuciones que incluso podían imponer por la fuerza la demolición de una propiedad que fuera catalogada en alguna de las categorías antes señaladas.

Este párrafo fue el que sirvió para desarrollar planes masivos de erradicaciones desde las comunas del centro hacia la periferia. Ante esta realidad los inversionistas se lanzaron sobre los suelos periféricos de la ciudad, sensiblemente más barato que el suelo central y desarrollaron sus proyectos habitacionales con el plus que le otorgaba el bajísimo valor de la tierra en proceso de incorporación al suelo netamente urbano, matando dos pájaros de un tiro: haciendo de la vivienda social un buen negocio y preparando bancos de terrenos en las comunas cuyos suelos liberados de "pobres" permitían negocios tremendamente rentables en terrenos muy bien ubicados. De hecho, los programas del MINVU de erradicación de campamentos dentro de la ciudad de Santiago, iniciados en 1979 y llevados a cabo hasta 1985, significaron el desplazamiento intercomunal de 28.703 familias (C.E.D. 1990). Las erradicaciones llevadas a cabo, provocaron un movimiento de entrada y salida de población entre comunas, lo que permitió establecer una clasificación comunal según fueran estas receptoras o dadoras de población. Fueron comunas "receptoras" netas las de Renca, La Granja, Quilicura, Pudahuel, Puente Alto y San Bernardo; mientras las dadoras netas fueron Santiago, Las Condes, La Reina, Conchalí y La Florida, entre otras.[6]

En cuanto las formas de intervenir en el mercado del suelo la legislación entrega sólo la posibilidad de las expropiaciones, consideradas en el artículo 84 del Capítulo VII, Párrafo 1º. Sin embargo, en su último inciso, obliga a los gobiernos locales a incorporar en el presupuesto del año venidero el valor total de las expropiaciones que la municipalidad determinase, impidiendo en la práctica, al no considerar otras alternativas, que estas se llevaran a cabo, debido a la escasez sistemática de recursos con que funcionaban los gobiernos locales, sobretodo los de la periferia, que con la mayor carga social y con los menores ingresos, veían reducidas al mínimo sus posibilidades de actuar en pro del mejoramiento del hábitat popular.

Paralelamente a las modificaciones que afectaban a la normativa urbanística, el MINVU modificaba el reglamento de Vivienda Económica del DFL N° 2 de 1959, liberalizando la norma hasta el punto en que dejaba entregada a la voluntad del proyectista la fijación de estándares y condiciones de ocupación de suelo, en loteos de cierta envergadura. Estas normas van aparejadas al establecimiento de normas mínimas para las viviendas declaradas básicas, las que permiten alcanzar densidades superiores a los 600 habitantes por hectárea en algunos conjuntos construidos en la periferia del Gran Santiago, durante la dictadura militar. Todo esto significó la construcción de un marco de acción propicio para desarrollar los negocios inmobiliarios, los que, además, tuvieron desde entonces, garantías tributarias.

Por último, el Decreto N° 3.516 del 19 de noviembre de 1980 viene a coronar los esfuerzos realizados en orden a convertir al mercado en el amo y señor del suelo y la tierra. En su artículo 1° se establecía que los predios rústicos, esto es, los inmuebles de aptitud agrícola, ganadera o forestal, ubicados fuera de los límites urbanos o fuera de los límites de los planes reguladores intercomunales de Santiago y Valparaíso y del Plan regulador metropolitano de Concepción, podrán ser divididos libremente por sus propietarios siempre que los lotes resultantes tengan una superficie no inferior a 0,5 hectáreas físicas. Esto significó la depredación de una cantidad importante de suelos agrícolas de excelente calidad que fueron incorporados informalmente a las zonas urbanas metropolitanas, en forma de jardines privados de parcelas de agrado.

4. La Política Nacional De Desarrollo Urbano De 1985.

Como resultado de las consecuencias urbanas y de los problemas ambientales y de salud emanados de estas, la política del 79 fue blanco de duras criticas de la comunidad académica, política y social, lo que se vio fuertemente agravado por la crisis que sepultó los resultados de la actividad inmobiliaria entre 1982 y 1984 y e MINVU se vio “obligado” a reformularla dictando en 1985 una nueva Política Nacional de Desarrollo Urbano. Este cuerpo contenía disposiciones muy similares al Plan intercomunal del 60, en su versión original. De hecho marca una vuelta atrás en materia de Planificación Urbana, ya que retrocede Al nivel de los años 60 en cuanto a los conceptos, metodología y técnicas urbanísticas contenidas en ella.

Sin embargo, lejos de querer revertir las tendencias que reconoce en los movimientos migratorios "campo - ciudad" y "ciudades menores - metrópolis" llevando infraestructura y equipamiento hacia los focos de migración, asume la tendencia y plantea que "los centros urbanos chilenos deben enfrentar en las próximas décadas un crecimiento poblacional de gran magnitud. Traducido esto en términos de extensión urbana, puede estimarse que cada año deberían agregarse no menos de 1200 hectáreas a las actuales áreas urbanas, esto sin considerar todavía lo necesario para superar el actual déficit de viviendas"[7].

Constata además que junto con los beneficios que trae la gran ciudad, ésta ha envuelto a sus habitantes en graves problemas de índole económica y social. Altos costos y deseconomías, deterioro de las condiciones ambientales, carencia de viviendas y de servicios, ineficiencias operativas y administrativas, etc.. Termina el texto, en su parte introductoria, afirmando que el crecimiento de los centros urbanos en las últimas décadas generó problemas graves en las ciudades.

Vuelve a poner en la mesa de discusión el rol que le cabe al estado en la planificación sin descartar la participación de la iniciativa privada, y concluye que corresponde al estado la irrenunciable responsabilidad de procurar que las áreas urbanas en que viven la gran mayoría de los habitantes alcancen un estándar aceptable de habitabilidad conciliando desde una perspectiva superior los intereses de los particulares con el interés del bien común, entendiendo que toda promoción lleva implícito el concepto dinámico de acción, para lo cual el Estado necesita de voluntad y de medios.

A pesar de reconocer el error, se presenta con una timidez propia de quién no quiere desdecirse de sus convicciones anteriores y es fiel en plantear el absoluto respeto a la propiedad privada, así como continúa entendiendo lo rural, sólo desde lo urbano. Se fundamenta, eso sí, en reconocer que el suelo es un recurso económicamente escaso, debido a su naturaleza de bien útil no producido, y por tanto de una oferta absolutamente inelástica. Plantea , por lo mismo, la necesidad de elevar la intensidad de uso del suelo urbano, priorizando la densificación y la renovación por sobre el crecimiento en expansión.

Uno de los aspectos novedosos que presentaba la nueva política, era el de incorporar un capítulo dedicado a la participación de la comunidad en la toma de decisiones urbanas, pero este y otros capítulos de la nueva política de desarrollo urbano nunca se pudieron poner en práctica ya que pasaban por introducir algunas modificaciones previas a la Ley General de Urbanismo y Construcciones, para permitir la participación activa de la comunidad en la gestación y modificación de los Planes Intercomunales y Planos Reguladores locales, entre otras materias.

En la actualidad, los Planos Reguladores Comunales son los únicos instrumentos que requieren por ley, de una presentación a la comunidad antes de ser aprobados definitivamente, pero esta presentación es de carácter informativo y el municipio no está obligado a tomar en cuenta las opiniones de la comunidad. Las construcciones o modificaciones a los planes Intercomunales o Metropolitanos no requieren siquiera de información pública, sino que basta con un proceso de solicitud de informes a las comunas directamente afectadas por la modificación y sus vecinas en un acto no vinculante, ya que tampoco es obligatorio tomar en cuenta estas observaciones y el MINVU puede insistir en una posición divergente de la comunal, si así lo estima conveniente.

En este contexto, el sistema de planificación urbana en el ámbito local e intercomunal o metropolitano, no queda sujeto a ningún control de la comunidad a través de procedimientos directos y activos de participación pública, cuestión que lo convierte en un producto netamente tecnocrático.

Las modificaciones e incorporaciones de nuevas herramientas legales de mediados de la década de los 90 han incorporado temas de preocupación cada vez más importantes como el cuidado del medio ambiente y la descentralización y la desconcentración, pero sin duda, la cultura organizacional y la de los caudillos locales, fuertemente modelada por casi dos décadas de gobierno dictatorial no han logrado sobreponerse a los efectos del totalitarismo y persisten, en la mayoría de los casos, los viejos métodos en las nuevas estructuras, lo que ha demorado el cambio, salvo honrosas excepciones que han modernizado la gestión y han desarrollado políticas locales que han tendido a revertir la situación, como el caso de La Pintana, Santiago y otras comunas que se salen de la norma.

Por otro lado, las amarras constitucionales y el lento proceso de recuperación de la democracia, ha incidido en la incapacidad del Estado para enfrentar los apetitos de la empresa privada que han lucrado a costa de la calidad de vida de todos los habitantes de las metrópolis, sin revertir ninguna de las tendencias nefastas que dieron nacimiento a la política del 85.
5.- La Discusión Para Una Nueva Política Nacional de Desarrollo Urbana
y el Plan Regulador Metropolitano de Santiago.

A partir del inicio de la recuperación democrática, las fuerzas políticas que se incorporaron a la administración del modelo heredado de la dictadura quisieron dar respuesta a las varias y variadas inquietudes que los patrones de desarrollo urbano a nivel nacional habían generado en los distintos niveles y actores de la comunidad nacional.

Se inició, por tanto, un proceso nacional de discusión que, sin ser participativo en lo social, incorporó a variados actores del mundo político, académico y empresarial, con el objetivo de co- construir una nueva visión del desarrollo urbanos que el país necesita.

A pesar de no haberse materializado en un documento oficial del gobierno, el Programa de Gestión Urbana (PGU-LAC) de la Oficina Regional para América Latina y El Caribe, publicó en 1996 un libro que contiene los antecedentes de la consulta nacional para la formulación de una nueva política de desarrollo urbano que reúne textos de diversos actores con el objeto de preparar el camino a la nueva política

En ese texto, Edmundo Hermosilla, en ese tiempo Ministro de Vivienda y Urbanismo de Chile, en su texto "Orientaciones Básicas de la Política Nacional de Desarrollo Urbano" exponía los elementos más relevantes de la que debía ser una política urbana para el Chile de hoy y del futuro. Se planteaba que esta debía promover el surgimiento de una ciudad que fuera el reflejo de una sociedad equitativa, en donde el bien particular no primara sobre el bien común; una ciudad que fuera capaz de acoger a sus habitantes; que se estructurase sobre la base del desarrollo de sus espacios públicos y que promoviera el encuentro y el intercambio cotidiano; con una normativa simple y general, pero rigurosa y severa en su aplicación; una ciudad que asegurar a sus habitantes una relación sustentable con el medio ambiente y que se insertara de manera exitosa en el mundo global[8]. (Hermosilla 1996)

Para esto se planteaba el fortalecimiento de los sistemas urbanos en las distintas regiones del país para detener la migración hacia la metrópoli que dificulta cada vez más la solución a sus problemas. Esto pasa, según Hermosilla, por la creación y el fortalecimiento de subcentros capaces de responder a la demanda por bienes y servicios básicos, en todos los ámbitos del desarrollo humano; por la intensificación del uso del suelo y la revitalización de las áreas centrales deterioradas; la implementación de programas masivos de espacios abiertos públicos; una adecuada localización de la macroinfraestructura urbana de servicios; el fortalecimiento de los programas de pavimentación urbana; la implementación de planes de inversión vial de carácter integral y de largo plazo y el mejoramiento de los sistemas de transporte público y privado, entre otros.

Esta discusión dio a luz a uno de los esfuerzos más importantes del último tiempo en materia de planificación regional: el Plan Regulador Metropolitano de Santiago publicado en el D.O. el día 4 de noviembre de 1994, a partir de la resolución número 20 del 6 de Octubre del mismo año.

En el se establecen una serie de medidas en la dirección antes descrita. Sin embargo, la falta de participación de los gobiernos locales en el proceso y los apetitos inmobiliarios incorporados a la red de intereses tejidos sobre el negocio del suelo le significaron una serie de cuestionamientos y reparos que en 1997obligaron a la autoridad sectorial a torcer su brazo para incorporar cerca de 20000 nuevas hectáreas a las zonas urbanizables bajo un nuevo instrumento legal conocido como Zonas de Desarrollo Urbano Condicionado (ZDUC) publicado en el D.O el 12.12. 97. Esta resolución incorpora las comunas de Colina, Lampa y Til Til al PRMS y termina así con el sueño de contener la ciudad. En el mismo contexto, en la comuna de Pudahuel, ante la inminencia de la aprobación del Plan, los dueños de la tierra, en coordinación con la Municipalidad, se adelantaron a los objetivos que el Gobierno Regional venía trabajando en el PRMS, de contener la Ciudad, y en estricto apego a la ley vigente hasta ese momento, aprobaron una serie de proyectos que constituyeron derechos adquiridos sobre cerca de 5000 Há de las que el gobierno central esperaba excluir al desarrollo para cumplir los objetivos del Plan para la Descontaminación de Santiago. Esto generó una situación que marcaría el inicio formal de un proceso largo y tremendamente conflictivo entre la SEREMI MINVU, los Inversionistas Inmobiliarios y la Municipalidad, que hasta el día de hoy, sigue sin resolverse.

Esto ha dado paso a una nueva discusión que pretende en un futuro no muy lejano, volver a modificar la Ley General, pero que sin duda, dormirá en las instancias pertinentes hasta que en el congreso de la república corran aires de cambio y de democratización que permitan, de verdad, superponer al bien común a los intereses y a la iniciativa privada.

5. Conclusiones.

La primera conclusión que se puede extraer del presente trabajo es que la transformación productiva de las últimas décadas, ha traído consigo una serie de consecuencias que ha deteriorado significativamente la calidad de vida de los habitantes de las grandes ciudades y las capitales regionales, en especial la de la ciudad de Santiago. El ritmo de crecimiento en expansión, que ha depredado cientos de miles de hectáreas de riego, ha generado deseconomías urbanas que nadie ha pagado y cuyas consecuencias aun están lejos de poder medirse. Si se puede adelantar que el incremento significativo de las enfermedades mentales, de la contaminación y de sus consecuencias en la salud de las personas y la pérdida de capacidad productiva en agricultura, son algunos de los efectos que pueden verse a simple vista .

Sin duda que lo más elocuente en nuestra cultura empirista son las cifras. Lo anterior queda al descubierto con todo su drama cuando toma en consideración que la ciudad de Santiago, por dar un ejemplo, llega al siglo XX con 4.000 hectáreas de expansión. En los primeros 40 años del siglo la ciudad pasa de 4.000 a 10.985 para alcanzar en 1952 a 15.047 Has. En 1960 la ciudad ya se había extendido sobre 20.985 y en 1970 la ciudad alcanza a 30.000 para llegar a 1982 a 38.296 Has. Es decir 82 años le llevó a Santiago consumir 34.296 hectáreas de suelo y en los 15 años posteriores y a pesar de vivir el país, una de sus peores crisis económicas entre el 82 y el 84, que virtualmente lo paralizó, se duplicó en extensión.


Además la agudización de la segregación social del espacio urbano, que se manifiesta en la división funcional del espacio urbano entre usos residenciales, de esparcimiento, para la producción y para el comercio; resultado de la división del trabajo y del progreso tecnológico; y por otra parte, la división social del espacio entre ricos y pobres, producto de la desigual distribución del ingreso, con lo que el acceso a los bienes y servicios urbanos se hace igualmente dispar. La distribución espacial del ingreso y la concentración del mimo, tienen una clara expresión espacial en el Gran Santiago. Tanto los datos relativos a distribución del ingreso como la calidad del equipamiento, calidad de vida y estándares habitacionales se han distribuido crecientemente desiguales en los distintos barrios y comunas pudiendo concluir que el nivel de vida de la población se ha distribuido directamente proporcional a la distribución del ingreso.

Esto nos demuestra que las políticas de empleo, laborales y salariales, y el mecanismo de asignación y distribución de recursos que experimentó el país, con el crecimiento de la economía informal y el surgimiento del subcontrato como forma de externalizar los riegos y los costos fijos del proceso productivo, fue paulatinamente expresándose en el espacio urbano lo que derivó en ciudades marcadamente dicotómicas en donde coexisten sin tocarse la riqueza y la pobreza, el derroche y la escasez, la salud y la enfermedad, la superexplotación y el ocio. Esto hace prever que los conflictos sociales, lejos de disminuir, irán en aumento si es que es Estado no toma cartas en el asunto, por lo que se hace urgente revisar la legislación laboral vigente en el sentido de corregir las distorsiones creadas por el libre mercado del trabajo..

En otro orden de cosas, se puede concluir que con la legalidad vigente, en la cual la subordinación del bien común al capital es evidente, ha persistido y persistirá el crecimiento en extensión lo que seguirá generando deseconomías urbanas y dispersando las energías económicas en construir más ciudad sin enfatizar en mejorar la existente. El defectuoso mercado del suelo , exacerbado por las prácticas especulativas, solo puede ser revertido por un cambio estructural de las leyes que rigen el comportamiento de los distintos actores involucrados en el hacer ciudad, por lo que aparece indispensable la democratización de la sociedad chilena y el término de los enclaves autoritarios que impiden los cambios legales sin los cuales todas las buenas intenciones quedarán en el papel.

Además es innegable que este proceso que aparece como difícil de revertir generará un desplazamiento espacial de los focos de conflictividad urbana, concentrando de manera peligrosa en los barrios marginales, el desempleo, la drogadicción, el alcoholismo, la violencia intrafamliar y otras lacras sociales en las cuales la deficitaria calidad de vida juega un importante rol detonador. Esto redundará en un deterioro de las condiciones del hábitat familiar y local, lo que será cada día más difícil de revertir debido a lo permanente de las inversiones urbanas y habitacionales, que sin importar su calidad tienden a permanecer en el tiempo como pies forzados de futuros enfoques para solucionar los conflictos creados durante años de persistencia de las mismas políticas. Además creo importante recordar los nefastos efectos que esta forma de entender el desarrollo urbano trae asociados en el ámbito de la contaminación ambiental, de la informalización del espacio público, de la seguridad ciudadana y de la pérdida del patrimonio histórico de las ciudades y de sus habitantes.

Otra conclusión que es posible sacar de todo esto es que, a la luz de los nuevos aires de reconstrucción democrática, el estudio de las políticas públicas obliga a construir una visión integradora del rol del estado y su responsabilidad social. En el caso de la política de desarrollo urbano y de las políticas habitacionales, esto significa dar vuelta la concepción del desarrollo urbano y hacer ciudad desde la vivienda que es el lugar en donde se da la vida y en torno al cual giran las demás actividades.

Esto obliga a repensar el rol que el estado debe jugar en la reconstrucción de la comunidad urbana que se ha visto destruida por la racionalidad vigente, siendo capaces de cuestionar en un futuro próximo a la racionalidad económica que la acompaña. Esto no puede realizarse sin profundizar significativamente los procesos democráticos que cursan en nuestro país promoviendo la participación ciudadana en los procesos de gestación y focalización de las políticas, así como en las discusiones acerca de las orientaciones que estas deben tener; en este sentido, la descentralización efectiva y la desconcentración que busca potenciar el empoderamiento de las masas se hace estrictamente necesario y trasladar aun más recursos y competencias a las esferas locales de decisión se percibe como imprescindible.

En un ámbito más particular, se hace estrictamente necesario replantearnos los programas y las políticas habitacionales tremendamente especializados y aislados como parcelas incoherentes, reemplazándolos por programas integradores e integrales, en donde vivienda, educación y salud, esparcimiento y deporte, acceso a los bienes y servicios básicos, acceso al trabajo; sean partes de un solo programa de elevación de la calidad de vida, de manera integral, en donde el desarrollo humano como lo entiende Luis Brahm en su texto acerca de la estructura espacial del desarrollo humano del Gran Santiago, sea el objetivo de las políticas gubernamentales (Brahm,1991).

Se ha repetido hasta el cansancio que la segregación ha cargado a los municipios más pobres con la responsabilidad sobre los más desposeídos. A pesar de todo los criterios de ubicación en los últimos años parece no haber variado y las mal llamadas soluciones habitacionales han seguido siendo ubicadas en las comunidades periféricas, a pesar de los alegatos de las autoridades locales. La conformación de extensos getos de pobres, consecuencias que hoy se viven en numerosas comunas periféricas del Gran Santiago, estigmatizadas como tales, sin acceso a satisfacer las necesidades mínimas para una vida digna, ha generado extensas zonas urbanas que hoy son caldo de cultivo para la delincuencia y para el desarrollo de enfermedades sociales como la drogadicción, el alcoholismo, la desesperanza aprendida y otras que son producto directo de la desintegración y destrucción absoluta de lo que antaño se conocía como una comunidad urbana.

Aparece como lógico entonces, promover cambios en la Ley General de urbanismo y construcción de manera que se obligue a cada comuna a incorporar un porcentaje de vivienda social al interior de su territorio con la salvedad, en un primer momento, que la comuna que desee eximirse de este deber deberá pagar anualmente una cantidad fija reajustable por vivienda social no tenida, que debiera conformar un fondo para el mejoramiento del hábitat popular, con el objeto de solventar la disminución de las diferencias existentes entre las comunas periféricas y las centrales o pericentrales. Del mismo modo debiera, dentro de los esfuerzos de descentralización, otorgar potestad a los gobiernos locales para aprobar la incorporación o no de mayores cantidades de viviendas sociales y la posibilidad de generar concursos de arquitectura para mejorar los diseños de los conjuntos en cuestión, permitiendo que la diversidad geográfica y socioeconómica de cada región sea considerada en cada proyecto con el objetivo de introducir criterios de identidad regional y local en el proceso habitacional.

Por otro lado hay que incluir criterios de sustentabilidad en la generación de los programas habitacionales, lo que implica privilegiar calidad por sobre la cantidad; lo que pasa por construir casas de mayor tamaño y de mejor materialidad, abandonando la producción de productos desechables; y por otro lado incorporar en su entorno los elementos necesarios para la satisfacción de las necesidades de los beneficiarios, entendidas estas como el derecho a la salud, a la educación, al trabajo, al esparcimiento y a la cultura.
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[6] Centro De Estudios del Desarrollo, CED. "Santiago, Dos Ciudades". Santiago, Noviembre de 1990.
[7] Ministerio de Urbanismo. “Política Nacional de Desarrollo Urbano”. División de Desarrollo Urbano. Santiago de Chile., 1985, pág 2.

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marzo 09, 2007

TRANSANTIAGO Y CRISIS URBANA. ENTENDER LAS CAUSAS PARA IMAGINAR EL FUTURO.

1. Introducción.

Nadie duda que racionalizar el transporte público del Gran Santiago era y sigue siendo una necesidad vital para reencauzar a nuestra capital por la senda del Desarrollo Sustentable y del mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes. Sin embargo, un análisis serio, que considere adecuadamente las causas de la crisis que viven nuestras metrópolis, concluirá que el Transantiago es una medida necesaria pero insuficiente; que puede mejorarse significativamente; pero que el transporte público es solo una parte del problema y que si no se toman medidas correctivas más profundas en otras áreas del ordenamiento territorial, todos los cambios que se hagan, solo lograrán postergar la crisis pero no de evitarla y mucho menos revertirla.

Ahora bien, independientemente de lo necesario que se hace racionalizar el transporte público, la forma en que se ha desarrollado este proyecto, sin una planificación competente, sin la adecuada participación de la sociedad civil organizada y con la falta de una mirada más integral del problema de Santiago, ha permitido, una vez más, que los enemigos del Estado salgan a entronizar al mercado como la única posible solución a los problemas que el mismo mercado ha generado. Como si el remedio pudiera venir desde donde vino la enfermedad.

Se pretende opacar así, la necesidad evidente de reinstalar al estado como cerebro y dirección superior de la sociedad, dotándolo de mayores atribuciones y herramientas legales para asegurar el bienestar de la sociedad en su conjunto y regular, adecuadamente, la actividad y los intereses privados que muchas veces atentan clara y evidentemente contra el bienestar de las mayorías.

Conscientes de la mala memoria de nuestros conciudadanos, la derecha pretende instalar, una vez más, la duda acerca del rol que el mercado ha jugado en la actual crisis metropolitana, lo que podría hacer pensar a más de alguien, si es la derecha la alternativa que el país requiere para salir del estancamiento que en tantas áreas de la vida cotidiana de nuestro pueblo, la concertación ha generado luego de 17 años de gobierno formalmente democrático.

El presente artículo pretende hacer un poco de historia y analizar las causas del caos que vive actualmente nuestra capital para refrescar la memoria de algunos y abrir los ojos a las nuevas generaciones acerca de los verdaderos responsables de la misma. Al mismo tiempo, pretendo aportar al debate de las transformaciones que son necesarias en el Transantiago y como este proyecto debe complementarse con medidas que vayan en la dirección de atacar las causas, y no solo los síntomas, del problema.

2. La llamada revolución capitalista y su impacto en el ordenamiento territorial de nuestras ciudades.

Desde que la dictadura militar abrazó el modelo neoliberal y lo impuso por las armas en nuestro país, el mercado fue concebido como amo y señor de todas las actividades de la vida nacional.

El uso del suelo y el ordenamiento territorial corrieron la misma suerte y a partir de 1979, mediante la implementación de la Política Nacional de Desarrollo Urbano (PNUD), se definió que el suelo dejaría de ser considerado un bien escaso y que su uso quedaría determinado exclusivamente por la rentabilidad que este generara para sus propietarios.

Desaparecía así la histórica contradicción entre el uso agrícola y el uso urbano que al suelo podía dársele, la que a partir de entonces se resolvería mediante la todopoderosa ley de la oferta y la demanda, reduciendo la planificación territorial a un tema de pura rentabilidad privada.

De esa manera, si un terreno agrícola le otorgaba mayores ganancias a su propietario como terreno urbano, este no tendría ningún obstáculo para cambiar el uso del suelo y hacer de él lo que mayores ganancias le reportara, sin importar las externalidades que aquello generara para la ciudad y el país.

Desde ese momento, la ciudad de Santiago comenzó crecer como una verdadera mancha de aceite, inorgánica, desordenada y sin más objetivo que asegurar utilidades fabulosas para los inversionistas inmobiliarios, que además se vieron favorecidos por otras modificaciones legales y beneficios tributarios que terminaron por convertirlos en amos y señores de la tierra y de toda acción urbana que se desarrollara.

Se le entregó pública y oficialmente al mercado la atribución de definir la forma y oportunidad del crecimiento de las ciudades, asegurando los derechos urbanos básicos, según versaba la política oficial[1], mediante el funcionamiento de un eficiente mercado del suelo en donde se eliminarían todos los obstáculos a la iniciativa privada en búsqueda de la mayor rentabilidad que esta pudiera lograr. En 20 años la gran Capital consumió más hectáreas rurales que en sus 150 años precedentes.

Los especuladores urbanos se lanzaron sobre los suelos agrícolas de la periferia exterior de la ciudad concentrando la propiedad de todos los terrenos definidos como de expansión urbana y comenzaron, con la ayuda de la dictadura, un proceso de traslado forzado de las poblaciones de menores recursos que se ubicaban en las zonas centrales y peri centrales de la ciudad hacia estas zonas periféricas, haciendo estupendos negocios de la mano de las políticas habitacionales de la dictadura.

Luego de haber vaciado esos terrenos, se dedicaron a desarrollar en ellos estupendos negocios inmobiliarios para los sectores de mayores recursos, ubicados en las zonas consolidadas de la ciudad y en los sectores de expansión más privilegiados.
De esa manera convirtieron la metrópoli en una ciudad conformada por barrios homogéneos en donde se agruparon, absolutamente diferenciados por su poder adquisitivo, los distintos segmentos de la sociedad chilena. Se creo así una ciudad tremendamente segregada y fragmentada en donde los ricos vivirían con los ricos, la clase media con la clase media y los pobres con los pobres, todos perfectamente ordenados desde un centro reservado mayoritariamente a las actividades comerciales, hasta una periferia cada vez más lejana conformada exclusivamente por poblaciones construidas a partir de las políticas de vivienda social, hacia el norte, el sur y el poniente de la ciudad. La periferia Oriente, eso sí, bastante más cercana al centro y acotada por la cordillera en sus espaldas se reservaría exclusivamente a las capas más adineradas de la población. La figura nº 1 muestra la distribución espacial de la población por distintos grupos socioeconómicos[2].

Figura Nº 1Entre ambos polos, se consolidaría, con el tiempo una zona peri central aun en desarrollo (o periferia del centro) en donde se fueron aglutinando como colchón entre la riqueza y la pobreza, las capas medias unidas entre si y con el centro neurálgico mediante un par de corredores urbanos que terminaron uniendo las antiguas ciudades dormitorio como era Puente Alto y Maipú con el centro fundacional.

Cada sector atrajo la oferta de servicios que era capaz de pagar y lógicamente la periferia pobre quedó condenada a obtener los servicios subsidiados por el Estado que era lo único a lo cual podían tener acceso, con infraestructura deficitaria, lejos de sus lugares de trabajo; lejos de los lugares de abastecimiento; distantes además de los paupérrimos servicios de salud y educación que ofrecía el gobierno y como si fuera poco, sin acceso a la cultura, el deporte ni la recreación.

El paso siguiente fue entregar al mercado también, los servicios de salud, educación y por supuesto, el servicio de transporte público, sin ninguna planificación privada ni plan gubernamental que respondiera a las necesidades de los habitantes, convencidos como siguen hasta el día de hoy la mayoría de quienes gobiernan, que el mercado todopoderoso y eterno, asignaría de la manera más eficiente y eficaz, los recursos para asegurar a los habitantes la satisfacción de sus necesidades y derechos básicos[3] y el transporte para llegar a ellos.

De esa manera, en el tema del transporte, cada gran empresario de la locomoción colectiva definió a voluntad sus recorridos que, no pocas veces, barrían la ciudad como en un verdadero laberinto para cubrir la dispersa e inorgánica demanda generada por una ciudad sin planificación y desarrollada solo a partir de los lucrativos negocios de los grandes empresarios de todos los rubros. Los pequeños y microempresarios de la locomoción se subordinaron a los que tomaban las decisiones y solo contribuyeron a hacer más compleja la situación, generando una competencia entre cientos de operadores, cada uno respondiendo a sus propios intereses.

Las consecuencias no tardaron en llegar y Santiago se convirtió en una ciudad caótica, con un sistema de trasportes más caótico aún, con miles de micros de distinto color primero y amarillas después echando por tierra todas las promesas de eficiencia y eficacia del mercado privado del transporte colectivo, las que se hicieron trizas ante la realidad objetiva que se iba consolidando mientras Santiago se convertía en una de las ciudades mas ineficientes, ineficaces y contaminadas del mundo.

Esto, sin contar los problemas sociales derivados de la segregación social y de la fragmentación urbana que perdura hasta hoy, con los bolsones de pobreza convertidos en tierra fértil para el hacinamiento, el micro tráfico, el trabajo y la explotación infantil, la violencia intrafamiliar y la conformación de una clase dominada, absolutamente ensimismada e incapaz incluso de soñar con un vida mejor y de organizarse para tales efectos.

La evidencia de la crisis hacia la que se estaba avanzando fue alertada por muchos investigadores urbanos pero la respuesta siempre fue la misma. La ciencia y la técnica traerían las soluciones a los problemas generando además nuevas áreas de negocios y todos los problemas serían resueltos de manera mágica por el todopoderoso mercado.

En este escenario y por estas razones se multiplicaron por miles los casos de personas que vivían en Pudahuel, en Maipú, en Quilicura o en Puente Alto y que trabajaban en Vitacura, La Reina, Las Condes, Ñuñoa y providencia, que tenían que invertir muchas horas y dinero en traslados difíciles y escasos mientras el libre mercado del transporte público llenaba las calles de la ciudad de micros que la mayor parte del tiempo transitaban vacías y amenazantes, como si fueran los dueños de las mismas. Causando pavor y más de algún dolor de cabeza a los automovilistas y transeúntes que se cruzaban en su camino, contaminando la vida con su smog, su ruido infernal y su monstruoso espectáculo, sin contar los interminables tacos que alargaban las distancias ya lejanas, para la mayoría de la población. Así nació el verdadero problema de nuestra ciudad, los numerosos e interminables viajes que toda la población está obligada hacer a diario para buscar satisfacer sus necesidades. La verdadera causa de los tacos, la congestión y la contaminación. Una ciudad diseñada y construida para satisfacer solo al divino mercado.

3. Las Ampliaciones de Calles, las Grandes Autopistas y el Transantiago: La Ineficiencia de la Eficiencia o La solución desde el modelo.

En la medida que la ciudad crecía las micros y los recorridos se multiplicaban y los tiempos empleados por los habitantes de las capas populares para desplazarse desde sus casas a sus trabajos o a sus lugares de estudio y abastecimiento se fueron incrementando al mismo ritmo que se encarecía todo en virtud de la irrupción del mercado como ente regulador de todas las esferas de la vida cotidiana.

Los conocidos tacos se hicieron comunes en una ciudad pensada para el siglo XIX y en donde la planificación había sido prohibida en beneficio del mercado todopoderoso y eterno.

Los defensores del modelo, incapaces de enmendar el rumbo debido a su sobre ideologización neoliberal intentaron hacer una autocrítica con la nueva Política Nacional de Desarrollo Urbano de 1985 pero esta nunca llego a convertirse en nuevas leyes e instrumentos que permitieran al Estado revertir la situación. De esa manera, con el modelo consolidado mediante las armas y sin herramientas ni convicción para corregirlo, solo pudieron intentar soluciones que lejos de ayudar, profundizaron la crisis tratando de dar respuestas mecánicas a las tendencias desatadas por sus mismas políticas.

Se dedicaron primero a ampliar las calles eliminando el espacio público como veredas, plazas y parques para que pudieran acoger a un parque automotriz en constante crecimiento. Todas las ampliaciones volvieron a quedar obsoletas por los nuevos flujos siempre crecientes de micros y automóviles que hacían cada vez recorridos más largos y demorosos y la ciudad comenzó a ser destruida por las expropiaciones. Cuando todo aquello fue insuficiente comenzaron a atravesarla por sendas carreteras que tuvieron el mismo final y que significaron un tremendo derroche de recursos.

El caso más emblemático de esta visión fue la carretera Norte Sur que dividió a Santiago en dos prometiendo fluidez y velocidad y que no consiguió más que profundizar la segregación sin jamás responder a sus promesas.

Se siguió centrando el problema en la congestión y la contaminación sin caer en la cuenta de que ellas eran los efectos de los viajes producidos por una ciudad sin planificación, segregada y fragmentada.

Se dio continuidad a la política de ampliar avenidas y calles, generando una pérdida increíble de patrimonio cultural y arquitectónico y económico, pasando por alto historias de vida y experiencias colectivas de barrios consolidados que fueron arrasados por “el Progreso”.

En el ínter tanto la ciudad seguía creciendo y nadie hablaba de lo que en los círculos académicos más independientes era un secreto a voces. El mercado se había revelado como altamente ineficiente en la asignación del recurso suelo y en lo que a transporte colectivo se refiere y se había generado una ciudad cuyos síntomas globales eran terminales.

Su crecimiento descontrolado y dicotómico había generado problemas incluso en otras áreas de la vida cotidiana de la metrópoli y de la nación y por más que se hablara en contra del centralismo todo se seguía centralizando. En la ciudad coexistían sin tocarse la pobreza y la riqueza, el derroche y al escasez, el ocio y la superexplotación, la salud y la enfermedad. La congestión llegó a niveles críticos y la desaparición permanente y sistemática de bienes y servicios ambientales en beneficio de más y mejores negocios inmobiliarios fue agravando la crisis medioambiental hasta el estado de cosas actuales.

Se implementó un plan para la Descontaminación de Santiago, pero el mismo estado lo dejó obsoleto al pasar por alto las principales conclusiones del mismo que apuntaban a la necesidad imperiosa de contener la ciudad y crecer en altura y no en extensión.

Los gobiernos de la concertación, de la mano de profesionales inescrupulosos que iban y venían entre el mundo privado y el aparato público, incorporaron miles de hectáreas rurales al parque urbano, sin ninguna necesidad inmobiliaria real mientras en el centro de la ciudad subsistían áreas completas con un deterioro evidente que podrían haber albergado a toda La Florida y Pudahuel en cantidad de habitantes por hectáreas.

Hubiéramos necesitados muchos menos buses y metros. Habrían sido necesarios muchos menos viajes para satisfacer las necesidades básicas de la población y tendríamos mucha menos contaminación, pero claramente muchos negocios inmobiliarios que han favorecido a los mismos de siempre no se hubieran realizado.

Como si fuera poco, las jornadas laborales se alargaron porque el mercado del trabajo también fue supeditado a la todopoderosa ley de la oferta y la demanda, y sumadas a los desplazamientos cada vez más distantes y lentos, consolidaron una ciudad en donde una persona que vive en la periferia demora más en llegar a su trabajo de lo que demora un habitante de las zonas exclusivas en llegar desde su vivienda en la zona oriente de santiago, a su segunda vivienda en la costa central.

Todo esto mientras los defensores del modelito gritaban acerca de la necesidad de defender a la familia de la ley del divorcio y de la píldora del día después. A esa misma familia que habían destruido cuando generaron una ciudad en que los padres no tienen ni tiempo para compartir con sus hijos y colaborar en su formación porque la mayor parte del mismo la pasan trabajando o arriba de buses que los llevan y los traen durante horas desde y hacia sus hogares o lo que queda de ellos.

Paralelamente se comenzó a hablar de la necesidad de transformar y reformar e transporte público pero años de obstrucción del empresariado de la locomoción colectiva y la falta de una real voluntad política para llevar a cabo los cambios necesarios lo fueron postergando hasta que se hizo imprescindible para paliar la crisis que ya nadie podía detener.

Los defensores del mercado le echaron siempre la culpa al Estado y siguieron repitiendo el discurso que veía en los privados y en el mercado la única solución y mientras el proyecto estrella, ese que vendría a salvar a la Capital del caos lograba ver la luz con más de 6 años de retraso, terminaron por construir varias autopistas concesionadas que prometían ser mucho mejores, mas fluidas y rápidas que las estatales, logrando en pocos años, y con la venia y el compromiso del gobierno de Lagos, que se privatizaran hasta las calles de la ciudad.

Al poco tiempo las autopistas colapsaron en las horas de mayor demanda y todas las promesas de eficiencia y eficacia se olvidaron y solo permanecieron los lucrativos negocios de los empresarios ahora convertidos en dueños de nuestras calles y con el derecho legal a subir as tarifas cuando la congestión que debían eliminar amenazara con arruinar el negocio.


En este contexto el Plan de Transporte Público para el Gran Santiago (Transantiago), independiente de sus incontables fallas de diseño y de la incompetencia evidente de algunos de sus planificadores, y a pesar del claro boicot por parte de algunos de los operadores, no deja de ser una necesidad vital para mejorar la calidad de vida de los santiaguinos. Sin embargo, no podemos olvidar que este Plan solo apunta a mejorar el transporte y no a solucionar los problemas de la ciudad.

De hecho, no tiene ni tendrá la capacidad de mejorar la seguridad pública del transporte colectivo de pasajeros y el impacto que tendrá en la disminución de la congestión vehicular será solo temporal hasta que el parque automotriz vuelva a incrementarse y a colapsar las calles y avenidas de nuestra ciudad.

Resulta evidente también que las promesas de abaratar costos de transporte y disminuir los tiempos de viajes tampoco será posible ya que la cantidad de transbordos y la espera en los mismos harán finalmente los viajes más caros y lentos ara quienes viajan entre las periferias de Santiago, es decir, para los niveles socioeconómicos más vulnerables.

Cuando uno lo estudia, da la sensación de que hubiese sido diseñado desde el centro hacia la periferia y no al revés como hubiera sido lo lógico y lo adecuado y que su diseño no contempló una participación ciudadana temprana y vinculante, lo que hubiera mitigado en gran parte el problema de diseño que hoy evidencia el Plan. De hecho, la autoridad responsable apostó a seducir más que a construir en conjunto con la sociedad civil el Plan en cuestión y para ello utilizó a un ídolo deportivo que hipotecó su credibilidad en beneficio de un Plan mal elaborado y peor ejecutado.

De esta manera los menos beneficiados y los que más han sufrido los errores garrafales del Plan han sido los postergados de siempre. Las periferias pobres adonde los recorridos no llegan y en donde las frecuencias son insuficientes. Aquellos que tienen que caminar más de 10 cuadras para alcanzar uno de los recorridos por barrios tremendamente inseguros y hostiles.

Claro está que para quienes tienen auto o viven en el peri centro y el centro de la ciudad, o para aquellos que tienen la suerte de vivir pegados a un metro, el plan ha sido fantástico. De hecho, lejos de desincentivar el uso del automóvil, el resultado ha sido una invitación a subirse al mismo, ahora con menos tacos para circular por las arterias principales que antes permanecían colapsadas.

Pero para quienes más necesitaban que el transporte mejorara, ha devenido en un deterioro significativo de su calidad de vida, un aumento de los costos y de los tiempos de viajes, cumpliendo a cabalidad una profecía auto cumplida y que planteaba que el Transantiago no podría cumplir sus dos principales promesas: La de ser más barato y la de acortar los tiempos de viajes.

No obstante lo anterior, ninguno de los errores garrafales de los cuales solo son responsables los gobiernos de la concertación, y en especial el de Michelle Bachelet, puede llevarnos a pensar que debe volverse al sistema antiguo por mucho mejor que parezca a la vista interesada de quienes solo buscan satisfacer los intereses del mercado.

Resulta imprescindible entonces avanzar hacia un rediseño del Plan con una participación efectiva, temprana y vinculante de los usuarios en las definiciones de los recorridos y las frecuencias.

Para esto se hace indispensable desarrollar en las esferas de gobierno una voluntad más real de incorporar la participación ciudadana, ya no solo como discurso, sino que con cambios legales que establezcan la participación, no como una posibilidad sino como un derecho constitucional. Sin embargo, no parece que en esa dirección vayan los intentos de algunos personeros del gobierno de criminalizar las organizaciones que han surgido de los usuarios del transporte público y mucho menos las acciones que desde el legítimo descontento con el pésimo funcionamiento de sus primeros días y con los perjuicios económicos y sociales generados por la implementación del Plan, han surgido.

De la misma manera, se requiere con urgencia que la organización de los usuarios del transporte colectivo adopte una estructura territorial representativa de los distintos barrios y comunas, que funcione como contralor social de ésta y de otras acciones del gobierno en esa materia y que estén en constante y sistemático dialogo institucional con los responsables del Plan.

También resulta indispensable mejorar significativamente las condiciones laborales de quienes en él trabajan, ya que la satisfacción laboral de los conductores tiene y tendrá un impacto significativo en la calidad del servicio que se pueda prestar.

En términos de inversiones futuras, debe priorizarse la extensión del Metro de Santiago pues es y será el componente fundamental de cualquier sistema integrado de transporte que desee implementarse en nuestra ciudad.

En término de costos, el Estado debe asegurar que este sistema integrado de transporte no se encarezca como ha pasado con las carreteras por lo que deberá buscar fórmulas para regular los precios sin terminar subsidiando a las empresas, mientras se decide a jugar un rol mucho más activo y determinante en el sistema de transporte colectivo de pasajeros que tarde o temprano volverá a ser público y a estar al servicio de las grandes mayorías.

Es efectivo, nadie puede dudar ni un segundo que con todo lo malo que el Transantiago ha sido en sus primeros días de funcionamiento, es mejor que lo que antes había según el modelo que propone la derecha, y será, una vez tomadas las medidas pertinentes, un salto cualitativo en la calidad de servicio que este puede llegar a representar en un futuro mediano plazo.

Este debe permanecer y mas temprano que tarde, debe el Estado volver a hacerse cargo directamente de un tema tan sensible para la calidad de vida de los habitantes de cualquier ciudad que por ser un servicio público, no siempre es compatible con el lucro y debe estar principalmente al servicio de las capas más desprotegidas de la población.

Deben mejorarse los evidentes errores que han provocado la histérica reacción de los representantes del gran empresariado, que han preferido atacar al rol regulador del estado por intentar sobre regular, dice ellos, una actividad que con anterioridad, ellos mismos le habían entregado en bandeja al mercado todopoderoso y que este no pudo desarrollarla de manera eficiente y eficaz.

Es de esperar por último que este sea el inicio de un nuevo trato y de una nueva actitud del estado para con los servicios públicos los que deben ser considerados como bienes y derechos sociales y por tanto con un rol mucho más activo del estado cuando de servicios públicos se trata.

4. Única Solución: Intervenir el Territorio desde el Estado para generar una ciudad integrada e integral.

Ahora bien, si en algún minuto alguien hubiera pensado en invertir una cuarta parte de lo que se ha botado en autopistas, que solo sirven a quienes pueden pagarlas, bajando los tiempos de desplazamientos entre sus oficinas y sus casas y entre éstas y sus segundas viviendas en los balnearios exclusivos de la V Región, en dotar a la periferia de la infraestructura de salud, educación, áreas verdes, servicios, cultura, esparcimiento y trabajo nada de lo anterior hubiera ocurrido. Miles de viajes diarios podrían evitarse y la congestión y la contaminación podrían reducirse drásticamente sin seguir botando dinero en inversiones que se usan a su total capacidad solo cuatro horas al día y durante el resto del tiempo equivalen a dinero, mucho dinero, literalmente botado en las calles.

Claro que para eso hubiéramos necesitado un Estado con capacidad para anticiparse a las tendencias que surgen del mercado y para intervenir el territorio, regulando la actividad de los privados cuando estas generan externalidades negativas de las que no se hacen cargo.

Para eso, la concertación hubiera tenido que haber cumplido sus promesas en orden a revertir el proceso de jibarización del Estado y tendría que haber estado dispuesta a jugar un rol más allá de administrar el modelo heredado de la dictadura.

Se hubieran necesitado más cojones o una convicción más profunda acerca de lo que el país necesitaba para revertir el proceso diseñado por la dictadura. Se hubiera necesitado mayor generosidad política para conformar una mayoría nacional que fuera capaz de generar las condiciones para modificar las leyes que rigen la vida de la nación, pero el temor a la derecha y la comodidad de los puestos junto a los sueldos de gobierno y del poder legislativo los sedujeron a tal punto que hasta el día de hoy, salvo algunos cambios menores, la estructura de los cambios de la revolución silenciosa del capital financiero y transnacional siguen intactos, como si no hubieran pasado 17 años ya desde que se supone que derrotamos a la dictadura.

Por lo mismo es importante destacar que sin un cambio de modelo de desarrollo y sin una verdadera transformación democrática de nuestras instituciones y de la sociedad en su conjunto, todos las acciones correctivas que pueden y deben desarrollarse en el Transantiago no se llevarán a cabo y las que se realicen no serán capaces de lograr el objetivo central que persiguen y que es el mejoramiento significativo de la calidad de vida de nuestra metrópoli.

Para logar aquello, junto con mejorar el Transantiago, deberán desarrollarse desde el estado, sendas acciones en materia de planificación e intervención del territorio de manera de logar una ciudad integrada e integral en donde los habitantes tengan lo más a mano posible, cómo satisfacer sus necesidades básicas y sobretodo aquellas que más viajes generan en la actualidad como son el estudio y el trabajo.

De la misma manera debe volver a darse una discusión nacional acerca del modelo de desarrollo urbano que nuestro país necesita para volver a poner al centro la maximización de la rentabilidad social de las políticas sociales, especialmente las de vivienda, suelo, educación, salud, y transporte público, subordinando la rentabilidad privada al bien común.

Junto con esto, y luego de asegurar la existencia en las periferias y barrios populares de toda la infraestructura cuya falta genera los viajes en la ciudad, el estado deberá abocarse a desarrollar una política de reconstrucción del espacio público con miras a fomentar el uso de la bicicleta y de las caminatas para aquellos viajes más cortos, para lo que no hay que olvidar que a diferencia de la geometría euclidiana, el camino más corto entre dos puntos, al interior de las ciudades es siempre el camino más seguro y hermoso.

No puede dejarse de lado entonces la recuperación de plazas, parques, avenidas y calles para la circulación peatonal, lo que requiere de una inversión mayor en iluminación, seguridad y arborización para generar barrios amables que inviten a los habitantes a apropiarse de ellos y a habitarlos permanentemente.

Claramente, todos estos cambios y otros muchos que son necesarios y que sería largo e innecesario enumerar, principalmente porque ellos deben venir de la participación ciudadana y de la contraloría social no podrán ser posibles mientras lo que guíe la discusión en nuestro país sea las grandes cifras macroeconómicas y no la felicidad de los seres humanos y sus derechos urbanos básicos y fundamentales los que sin duda van de la mano con una real y profunda democratización de nuestra sociedad.


[1] Política Nacional de Desarrollo Urbano. Ministerio de Vivienda y Urbanismo. División de Desarrollo Urbano. Santiago, Marzo de 1979.
[2] Ruiz-Tagle, Javier (2006). “Integración Socio espacial en Santiago. Conceptualización, diagnóstico, y estrategias de diseño y gestión urbana”. Tesis de Magíster en Urbanismo, Universidad de Chile.
[3] Lo mismo si hizo luego con la salud, la educación, los servicios básicos y las políticas de vivienda. Todo siguió el mismo camino planteado por los ideólogos del neoliberalismo que una desfachatez sin igual por estos días critican a un gobierno por no saber enfrentar los problemas que ellos generaron.

julio 20, 2006

VIVIENDA SOCIAL EN CHILE: ENTRE LA REALIDAD Y EL MITO.

Hace años que las políticas de vivienda social de nuestro país son presentadas como modelo en todo el mundo por el éxito que han obtenido en la disminución del déficit habitacional. Esta visión exitista ha sido propagada desde esferas de gobierno que con la vista puesta en las campañas electorales han conceptualizando las viviendas sociales como objetos casa, es decir, como una cantidad mínima de metros cuadrados orientados a satisfacer, fundamentalmente, el sueño cultural de la casa propia, sin lograr comprender el impacto que este espacio vital posee para la vida de las personas.

Por otro lado, ostentamos también el record de las viviendas sociales más baratas del mundo, lo que se ha logrado anulando la responsabilidad del estado en este tema y traspasando a los privados la ejecución y la responsabilidad de su ubicación en la trama urbana, con una baja significativa en la calidad de las mismas y ubicándolas en zonas periféricas, cuyo valor es solo compatible con los intereses de las constructoras que han hecho enormes utilidades a costa del ahorro, de los sueños y las expectativas de los más pobres de nuestra sociedad.

Una muestra dramática de aquello es el caso de las casas inconclusas entregadas en la ciudad de Calama, sin agua ni luz eléctrica, o las viviendas construidas en las cercanías de la planta de tratamiento de aguas servidas en la misma ciudad, o las casetas sanitarias entregadas en el sur, o aquellas que han debido ser demolidas en otras partes del país porque no resistieron siquiera, la primera lluvia luego de su entrega.

Esta cruda realidad, asistida por las fuerzas de la naturaleza, nos recuerda el verdadero lugar que ocupan las políticas de vivienda en nuestro país, desde la dictadura militar hasta nuestros días y nos llaman de manera urgente a no seguir por el mismo camino. Casas de nylon, casas chubi, casas enanas y otros apelativos peores muestran los verdaderos resultados de estas políticas que si bien han logrado disminuir el déficit, no han logrado atender las reales necesidades del habitar y han generado problemas sociales mucho más complejos y difíciles de resolver.

La vivienda debe ser entendida como un espacio, que incluye el entorno físico, social y ambiental; en el cual se desarrolla lo esencial de la vida, incluidas las relaciones sociales y la autorrealización de las personas. En síntesis, la vivienda debe ser asumida como el lugar privilegiado que condensa como en el mejor de los resúmenes lo esencial de la vida.

Pocos comprenden, por ejemplo, que la conformación de extensos y lejanos barrios construidos a partir de programas de vivienda social, homogéneos en sus características socioeconómicas y culturales, ha generado una especie de islas de pobreza en donde los problemas urbanos y sociales se agudizan generando una percepción desesperanzadora acerca del futuro, lo que se ha convertido en tierra fértil para el surgimiento de comportamientos fuera de norma y delincuencia, generando la creciente sensación de inseguridad ciudadana, tan de moda en nuestros días.

Problemas como el desempleo, la drogadicción, el alcoholismo, la deserción escolar, el embarazo adolescente y la desvinculación del resto de la sociedad, junto a la falta de equipamiento básico como salud y educación, el hacinamiento y la falta de privacidad al interior de la vivienda más la carencia casi absoluta de servicios ambientales capaces de mitigar los efectos de la contaminación y de la sobreexplotación de los territorios que acogen a nuestras ciudades, han contribuido a generar una nueva forma de exclusión social que agudiza la situación de desamparo y dificulta las posibilidades de abandonar el círculo de la pobreza.

Todo esto ha convertido las viviendas sociales en productos desechables que desde el minuto de su entrega pasan a engrosar el parque de viviendas deficitarias, generando un desarrollo urbano y habitacional a todas luces no sustentable, puesto que invierte una cantidad tremenda de recursos en acciones que no solo no logran solucionar los problemas para los cuales fueron diseñadas sino que además generan otros, mucho más difíciles de resolver.

De ahí que sea imprescindible ligar las políticas de vivienda a políticas de inclusión social que incorporen el acceso al trabajo, a la salud, a la educación, al esparcimiento y a la cultura, al deporte, a las áreas verdes y a los servicios ambientales necesarios para un buen vivir.

Se hace necesario por último, incluir en las políticas habitacionales criterios de selección de sitios y de diseños urbano que permitan incorporar temas como el cuidado y la protección del medio ambiente y el manejo de los territorios, para evitar que se repitan los tristes episodios de los últimos años, caracterizados por la ubicación de proyectos de viviendas en sectores inhábiles o de riesgo, absolutamente inapropiados para la vida humana, lo que ha devenido en pérdidas millonarias de recursos del estado desperdiciados en reparaciones de calles, viviendas e infraestructura básica, cuando no en la demolición de las mismas.

Por lo mismo es que aparece como urgente que el estado reasuma su responsabilidad en la producción de viviendas sociales sustentables porque claramente estas no pueden seguir siendo solo un buen negocio.


mayo 20, 2006

LOS PLANES REGULADORES COMUNALES.

Por todos lados y en todas las comunas en donde se están actualizando o ejecutando por primera vez los Planes Reguladores Comunales, la comunidad se levanta y reclama por las decisiones que se están tomando y por la falta de participación ciudadana en las mismas.

Hace un tiempo fue Recoleta y hoy vemos a los vecinos de La Reina y Providencia reclamar por cómo las autoridades comunales, con la complicidad legal de los diputados y senadores, se disponen a abrir dichas comunas a lucrativos negocios inmobiliarios que reemplazarán añosos y consolidados barrios residenciales de mediana y baja densidad, por edificios en altura, que brindarán a la municipalidad jugosos permisos de edificación y a las empresas inmobiliarias cuantiosas ganancias.

Para ellos el deseo de los habitantes de esas comunas, de seguir viviendo en este tipo de barrios que están en serio riesgo de extinción, no pesa nada pues el gobierno local se ha revelado como absolutamente impermeable a las necesidades y expectativas de sus electores.

Ahora bien, lo cierto es que la culpa no la tienen exclusivamente las autoridades vigentes, ni las pasadas, ni las que vendrán. La culpa debe repartirse por igual entre todos los actores que directa o indirectamente participan en la manutención del modelo actual y de sus formas de entender a la ciudadanía y su relación con el estado como instrumento de dominación.

Primero están quienes hacen las leyes, que han validado una y otra vez el hecho de que los Planes Reguladores se desarrollen sin la participación de la comunidad. De hecho, la ley actual solo obliga a incorporar a la comunidad en una función meramente consultiva, solo una vez que el proyecto está terminado, sin siquiera obligar a incorporar las observaciones emanadas de las simbólicas reuniones informativas o asambleas populares. De hecho se considera la participación para en-tender (entrar en la tendencia) mientras la participación que la gente reclama es para trans-formar (cambiar las formas).

Luego la responsabilidad recae también en las escuelas de arquitectura y urbanismo, que desde la etapa de formación de los profesionales que se dedican a la planificación, cada día con menos capacidad de crítica, han ido consolidando una forma de entender la planificación urbana y el ordenamiento territorial, casi exclusivamente como una forma más de movilizar recursos con miras a la tan ansiada reproducción del capital sin que el usuario o el destinatario final de la planificación juegue rol alguno en dicho ejercicio intelectual de los iluminados del ordenamiento territorial.

Luego están las autoridades de los gobiernos locales que no asumen que la ley, en cuanto a participación ciudadana se refiere, solo establece mínimos obligatorios, convirtiendo la participación en un tema casi exclusivo de voluntad política. Así, todos deben saber que nada impide a los alcaldes de las comunas el incorporar la participación comunitaria de forma temprana y vinculante, que significa incorporarla durante el proceso de elaboración del proyecto para conocer e incorporar los sueños de quienes habitan el territorio en la etapa de elaboración del mismo y que las decisiones mayoritarias de la comunidad obliguen a la autoridad a actuar en consecuencia.

Por último, está la responsabilidad de los ciudadanos y ciudadanas, que no se interesan en los problemas mientras estos no les toquen directamente sus intereses y que luego de quejarse en forma reiterada de las decisiones cupulares y de la falta de participación, vuelven a votar por los mismos candidatos y partidos políticos que han mostrado un sistemático desprecio por la comunidad, por la participación y por la democracia, como forma de relacionarse con su entorno, siendo éste, uno de los resabios más profundamente arraigados de una cultura autoritaria de la cual Chile aún no logra desembarazarse.

Es cierto, nunca vimos a los ciudadanos y ciudadanas de La Reina reclamar contra la Costanera Norte en solidaridad con los habitantes de Pedro de Valdivia Norte en Providencia. Tampoco vimos a los habitantes de Recoleta solidarizar con los habitantes de Providencia que hace años vienen reclamando por la destrucción de sus barrios y espacios públicos. Tampoco hemos visto a los ciudadanos que hoy reclaman hacerse cargo de las innumerables denuncias de la agrupación Defendamos la Ciudad que encabeza Patricio Herman. Sin embargo, a todos los hemos visto reeligiendo una y otra vez a sus alcaldes, concejales, diputados y senadores para luego volver a verlos quejarse de las decisiones que de manera inconsulta toman las autoridades.

Toda esta situación me hacer recordar ese viejo refrán que plantea que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Es de esperar que los chilenos y chilenas despierten antes de que sea demasiado tarde.

AUTOPISTAS URBANAS Y MODELOS DE CIUDAD.


Nuevamente han vuelto los tacos a nuestra querida metrópoli y el sueño de dejar en el olvido las congestiones vehiculares a las "horas punta", gracias a las magníficas obras de infraestructura urbana realizadas bajo el gobierno de Lagos, se han esfumado como tantas otras promesas de los gobiernos de la concertación.

Hoy lo que se discute, sin embargo, es si las concesionarias tienen o no, el derecho a recurrir a la vieja ley de la oferta y la demanda, incluida en el diseño del negocio ex profeso como mecanismo de ajuste, para restablecer el precio de equilibrio entre el bien ofertado (que no funciona ni funcionará a ningún precio) y el bien demandado.[1]

Se busca subir la tarifa en las “horas punta” para desincentivar el uso de la pista por parte de esa pujante clase media que sueña con vivir como el 5% más rico de la población de nuestro país. Ese 5% para el que, en realidad, fue hecha la Costanera Norte y las otras autopistas urbanas.

Resulta increíble, en todo caso, que se sigan discutiendo los problemas de nuestro país de manera tan simplona y sobreideologizada, pues se discute el valor, que a la luz de los antecedentes que se manejan es legal[2] y por todos los actores involucrados en el negocio, conocido, y no el modelo de desarrollo urbano y de ciudad que la ideología neoliberal, que extiende el control del mercado a todos los ámbitos de la vida cotidiana, promueve.

Hoy lo que hay que asumir, de una vez por todas, es que esa ciudad ideal, dejada a la mano invisible del mejor administrador de los recursos, que es el mercado, no funciona y que el mercado es incapaz de entregar a los ciudadanos una calidad de vida como la que promete mediante la mentira del crecimiento infinito y la autorregulación.

El problema de nuestras ciudades no son los tacos ni la congestión vehicular. El problema de nuestras ciudades son los viajes provocados por una ciudad mal planificada o mejor dicho, sin planificación.

El problema es que el estado se ha replegado una vez más para dejar al mercado operar en una ciudad que ha crecido gracias a la especulación y los increíbles negocios de los agente inmobiliarios, sin racionalidad, sin un plan, solo en virtud de la libertad de los agentes económicos.

Gracias a dicha libertad, esta ciudad ha devenido en dicotómica. La pobreza y la riqueza existen sin conocerse. El ocio y la superexplotación conviven sin saber que el otro existe. El hambre y el derroche habitan la misma ciudad pero ninguno sabe del otro, más que por la televisión y las noticias. En nuestra ciudad, mientras unos discuten su calidad de vida en términos de minutos más o menos de demora en llegar de la casa al trabajo y viceversa, otros se levantan a las 5:30 AM hrs para atravesar la ciudad en búsqueda de satisfacer algunas de sus necesidades o las de los suyos.

Las encuestas origen-destino vienen demostrando hace años que más del 60% de los viajes que se realizan en el día, los motiva la búsqueda de trabajo y estudio. Si a ellos sumamos la búsqueda de otros servicios como salud y comercio, hoy concentrado en grandes centros comerciales capaces de atraer hacia si a personas de todas partes de la metrópoli, llegaremos a más del 80% de los mismos.

Esto implica que si gastáramos solo una parte de los recursos que se gastan en asegurar a algunos privados, nacionales o extranjeros, estos estupendos negocios que son las autopistas, en dotar a la periferia de nuestras ciudades de buenos colegios, buenos hospitales o consultorios y si planificáramos zonas de industrias inofensivas más integradas con la trama urbana, a la vez que barrios más heterogéneos en donde convivieran los que trabajan con los que dan trabajo, los viajes disminuirían sensiblemente y no necesitaríamos continuar destruyendo nuestra ciudad y nuestro patrimonio para construir grandes autopistas que inevitablemente volverán a congestionarse y a colapsar en las horas punta, mientras el resto del día permanecer casi vacías.[3]

Claro está que para eso debiéramos estar dispuestos a dar una discusión menos sobreideologizada, en donde se ponga al centro de la discusión, la calidad de vida de la ciudadanía y no las utilidades de los consorcios y las grandes empresas.

Para ello alguien debiera declarar oficialmente el fracaso del mercado en numerosas ámbitos, entre ellas la del desarrollo urbano, en donde se ha revelado como incapaz de asignar de manera adecuada los recursos y ha generado males casi imposibles de solucionar.

Finalmente para ellos debiéramos dotar al estado de un instrumental metodológico y técnico para intervenir el territorio en búsqueda de mejorar la calidad de vida de nuestras ciudades, con ejercicios de planificación con participación ciudadana temprana y vinculante de quienes habitan la ciudad, con políticas de viviendas social inclusivas e integradoras que no busquen el record mundial de las soluciones habitacionales más baratas y que atiendan la cantidad de viviendas necesarias, sin dejar de lado la calidad de la vivienda que, en definitiva, es el lugar en torno al cual gira la vida y no solo una cantidad de metros cuadrados con techo para albergar los huesos de quienes no tienen un lugar para pasar la noche.

Es imprescindible entender que una casa, por buena que sea, que esté mal ubicada en la trama urbana y que genera viajes cada vez más largos y costosos para quienes las habitan, no es una buena vivienda y genera un desarrollo urbano imposible de sostener sin destruir la calidad de vida de los habitantes y el ya precario equilibrio con el medio ambiente.

[1] El bien ofertado y el demandado, en este caso, es una carretera sin congestión para un tránsito fluido a velocidades promedio de 70 Km/hr.
[2] Esto gracias al concurso serio y responsable de nuestros parlamentarios que ahora pretenden aparecer defendiendo a la clase media de las leyes que ellos mismos generaron.
[3] Esto es la ineficiencia de la eficiencia: Se invierten millones en infraestructura que se ocupa cuatro horas al día a una frecuencia que la hace rentable mientras para infraestructura para la cual existe mayor demanda y con mayor continuidad como escuelas, hospitales, plazas y universidades, no hay dinero.

EDIFICIO CORPORATIVO CODELCO NORTE

1. INTRODUCCIÓN.

El presente texto corresponde a un intento de hacer crítica arquitectónica desde una perspectiva académica. Es por tanto un ejercicio poco difundido en nuestra sociedad y solo con algunas expresiones menores al interior de las escuelas de arquitectura, en donde lamentablemente la crítica académica, con altura de miras, parece haber desaparecido hace tiempo de los talleres y las aulas para instalarse de manera poco sana, en algunos pasillos, renunciando por cierto, a su contenido académico.

No podía ser distinto en un gremio que hace rato ha cambiado la preocupación por el usuario en la arquitectura por un excesivo protagonismo del arquitecto en permanente y frenética búsqueda del aplauso de sus pares a la eventual originalidad de los grandes gestos en la arquitectura, entendida ésta, casi exclusivamente como arte. Esto ha llevado a una identificación tan bárbara entre el arquitecto y “su obra”, que se ha perdido la relación de esta con la ciudad y el impacto que genera en ella y sus habitantes. Por lo mismo la crítica a la obra ha terminado entendiéndose como una crítica al arquitecto y por ello, se ha convertido en una parte de la disciplina que está en peligro de extinción y que, sin lugar a dudas, pone en peligro el lugar que la arquitectura posee en la sociedad, en sus ciudades y asentamientos humanos.

Por lo mismo deseo partir explicitando la matriz teórica desde la cual plantearé mi acercamiento a la obra de arquitectura en cuestión, la que proviene de una mezcla entre la búsqueda estética y el método científico, y que entiende como objetivo primordial de la arquitectura, entendida como disciplina, la resolución de los problemas del habitar y la satisfacción de las necesidades del usuario, sin obviar otros objetivos importantes como la búsqueda estética, y los necesarios ejercicios de síntesis, al interior de la ciudad, entre continuidad y transformación, entre unidad y multiplicidad, entre el tipo arquitectónico y su metamorfosis; y entre lo especial y lo general.

Así, trataré de abarcar la obra, desde lo que se ha avanzado acerca del la mejor forma de solucionar el tema que se plantea como desafío a la obra en tanto edificio institucional de oficinas; para pasar luego al análisis del encargo particular, que corresponde a un edificio de oficinas ubicado en Calama para la División Codelco Norte; para luego analizar el lugar, como elemento determinante del proyecto para finalizar con una pequeña síntesis del análisis del proyecto en su respuesta a los elementos anteriormente descritos.

2. DESCRIPCIÓN DE LA OBRA.

El edificio corporativo para Codelco Norte alberga toda la administración de las faenas ubicadas en las minas Chuquicamata y Radomiro Tómic. Se emplaza en una zona cercana al centro de Calama, en la conocida Ex Finca San Juan que corresponde a un sitio eriazo de varias hectáreas en donde el polvo en suspensión el deterioro urbano son los protagonistas principales del sector.

En conjunto con el Mall Calama, este edificio ha comenzado la conformación de un nuevo e importante polo urbano. Ambos edificios, de altura similar y ubicados frente a frente, en lados opuestos a la avenida Balmaceda, comienzan a conformar una nueva imagen urbana en un sector predominantemente habitacional.

El proyecto está conformado por tres volúmenes rectangulares independientes formalmente, articulados por zonas de circulación vertical que concentran además las áreas de servicios, tanto higiénicos como de cafetería.

Los volúmenes, de cinco pisos, son bastantes simples en sus líneas principales y, dispuestos en forma de U, conforman un patio central, interior, de forma cuadrada, que actúa como elemento ordenador y hall exterior de acceso al conjunto. Esta construido en base a una simetría casi perfecta que traiciona la síntesis entre tipo y metamorfosis del tipo, generando elementos que no poseen sustentación argumental más allá del apego fundamentalista al principio de la simetría.

Cada piso, de cada bloque, posee una independencia que permite el ordenamiento de los distintos departamentos de la administración; y las plantas fueron diseñadas como plantas libres para optimizar el uso del espacio y otorgar la flexibilidad necesaria a los siempre cambiantes requerimientos de una organización dinámica.

En su cara exterior, los tres volúmenes cuentan con una doble piel formada por láminas de cobre perforado que actúan como filtros solares sobre los frentes vidriados del contorno y el alero sobre el patio, reduciendo en un 55 % la radiación solar directa, atenuando también el efecto del polvo y el viento; y tamizando las duras vistas que existen desde el interior hacia el entorno inmediato y lejano. Al menos eso e lo que se planteó por parte de los autores de la misma.

En el patio interior se ubica un árbol artificial en base a madera laminada y columnas de hormigón de 22 m que arroja sombras sobre las fachadas interiores y se constituye en el elemento protagonista de este hall abierto de acceso.

La proyección del patio central hacia la ciudad se realiza por medio de una serie de terrazas que van bajando de nivel y que acogen una vegetación propia de la zona, con la intención de que, al consolidarse como área verde, funcione como biombo contra la contaminación proveniente de la Ex Finca San Juan.

3. CONSIDERACIONES INICIALES.

No sería justo, ni honesto, realizar un análisis a la obra en cuestión si no se tomaran en consideración algunos elementos propios del proceso de materialización del mismo que han atentado contra los eventuales logros del diseño por el que se optó para la materialización del edificio.

Entre estas consideraciones, quizá la más importante a analizar es la absoluta falta de participación de los usuarios en el diseño del edificio y en la definición de los estándares de diseño, lo que se tradujo, una vez terminado y entregado el mismo en sendos trabajos de remodelación que, en algunos aspectos, traicionaron algunos de los principios básicos del diseño utilizado, por cuanto este no consideraba la cultura organizacional de Codelco ni como esta incidía en la configuración espacial de los lugares de trabajo.

Este tema, como otros, entre los que pudiera considerarse la elección del lugar para el emplazamiento del proyecto, ambos factores que no pueden ser imputados a los arquitectos, generaron conflictos en el diseño que dificultaron una mejor resolución del mismo. Esto no significa liberar de responsabilidad a los arquitectos autores del proyecto en cuanto a la búsqueda de soluciones adecuadas para una situación concreta, pero si permite evaluar con mayor objetividad los resultados obtenidos.

4. EL TEMA.

Desde la perspectiva de lo que se espera que cumpla un edificio de oficinas de nivel internacional y de ultima generación, hay que reconocer que el edificio cumple con sus objetivos que el tema desarrollado le plantea a un proyecto arquitectónico.

El edificio original, como fue concebido, contenía todo lo esperable de un edificio de estas características: plantas libres para asegurar la máxima eficiencia y flexibilidad en el uso y la configuración del espacio con el objeto de responder a los requerimientos, siempre cambiantes de un usuario complejo y dinámico; contenía además en su impronta, le concepto del espacio laboral democrático, que asegura la misma dignidad y calidad espacial a todos los miembros de la estructura, cambiando solamente los estándares de metros cuadrados necesarios para cada una de las actividades y sus demandas de privacidad.

Estaba pensado con una crujía envuelta en muros cortina que aseguraban un ingreso plano y parejo de la luz y la ventilación natural y concentraba en unidades compactas, la circulaciones verticales, los servicios higiénicos y los servicio de cafeterías para un mayor control y una mayor eficiencia del empleo del tiempo y de los recursos.

Contempla un sistema de seguridad compuesto por circuitos cerrados de televisión y un sistema de ingresos controlados mediante dispositivos y tarjetas magnéticas y con respecto a los estándares internacionales, se plantea que se encuentra un 20 % sobre lo utilizado a nivel mundial con un promedio de 14 m2 por persona.

Sin embargo, desde el punto de vista funcional, llama la atención que un edificio de esta magnitud no cuente en su diseño original, ni con un casino, ni con salas cuna, ni con estacionamientos suficientes para la capacidad instalada en sus plantas, lo que puede explicarse en el objetivo de saltarse algunos estudios necesarios para la probación de un proyecto con esas características y el conflicto que el respeto a estos procesos generaba con el cumplimiento de los plazos considerados para materializar el traslado de los trabajadores, el que resultó claramente insuficiente para desarrollar una planificación mas fina del proceso y, por tanto, un mejor producto final.

Esto generó una falta de eficiencia y eficacia en la generación del proyecto y en su fase de construcción, lo que quedó demostrado por la inconsistencia entre el producto final y lo realmente esperado por los futuros usuarios.

Quizá la prueba más clara de ello son los importantes cambios de planta y distribución que se materializaron luego de la primera entrega, lo que llevó a una transformación bastante importante del producto original, aumentando los estándares de algunos espacios, bajando de otros y modificando significativamente los principios generales de diseño antes mencionados.

Otro ejemplo sería la cantidad de estacionamiento que, junto con ser insuficientes, resulta obvio, es producto de la necesidad de prescindir de los estudios de impacto vial y ambiental que la ley requiere para edificios con número mayor a 150 estacionamientos. El edificio, que contemplaba una capacidad inicial de 900 trabajadores, y que debió ser disminuido en su etapa de reformulación a menos de 700 trabajadores, fue solamente pensado con 148 estacionamientos, que además están ubicados en una pésima relación con los accesos al edificio lo que implica largas caminatas (entre 300 y 400 m) en un clima hostil y precisamente a las horas en que las inclemencias del desierto se hacen más drásticas.

Así las cosas, llama la atención que en un edificio con tan buena resolución en algunas de las variables de diseño provenientes del tema, tenga errores tan básicos, en otras.

5. EL ENCARGO.

No obstante lo anterior, los aciertos y desaciertos desde la perspectiva del tema no siempre coinciden con los aciertos y desaciertos cuando el análisis se hace desde la perspectiva del encargo, mucho menos si este ha sido elaborado, como en este caso, sin la más mínima consideración por el usuario final, por el contexto en que se emplazó.

Esto queda demostrado, como ya se ha planteado, por los innumerables cambios que hubo que realizar, previo estudio ergonómico y de cultura organizacional, de las plantas consideradas inicialmente para el edificio, con el objeto de resolver algunos de los problemas que quedaron en evidencia durante la marcha blanca del mismo, digo algunos porque otros, simplemente no tenían solución.

De hecho, los muros cortinas terminaron sin cumplir su objetivo principal cuando fueron cubiertos, varios de ellos, por oficinas que requerían, según los usos y costumbres del negocio; y según la cultura organizacional y el clima laboral, de mayores grados de privacidad e independencia.

Lo mismo pasó con el concepto del espacio democrático que quedó reducido a simple teoría debido a los resabios de las separaciones de roles que aun permanecen el la realidad y en el imaginario colectivo de quienes laboran en Codelco y sobre todo, de quienes dirigen la minera estatal.

Para qué hablar acerca de los mecanismos de seguridad que han sido vulnerados ya en varias oportunidades y de las más variadas formas, lo que ha terminado por convertir al edificio en un agente absolutamente extraño y supuestamente inexpugnable en la trama urbana de la ciudad de Calama.

Además, los espacios considerados originalmente para pasillos fueron usados como espacios servidos y los espacios diseñados como espacios servidos terminaron siendo, en más de una oportunidad, espacios servidores. De hecho, en no pocas oficinas han reaparecido las cafeteras eléctricas, los termos y las tazas guardadas en los espacios diseñados para guardar papeles.

También, la elección del lugar para el emplazamiento atentan contra el resultado final del proyecto original puesto que el patio central que hace de hall de acceso abierto al conjunto, y que representa un gran abrazo de bienvenida e integración con la ciudad, no tiene ninguna relación funcional con la avenida a la que enfrenta, pues está separada de ella por la línea férrea, convirtiendo ese gesto potente en un acto vacío. Además el sentido de su apertura coincide con el sentido del viento mas desfavorable con respecto al viento predominante durante la mayor parte del día, que además de hacerlo un espacio un tanto inhóspito por el frio, arrastra el polvo proveniente de la Ex Finca San Juan.

Esto, sin considerar el desprecio absoluto que el proyecto posee por su entorno inmediato con el cual ni siquiera se propone conversar. Haciendo gala de un desprecio, absoluto también, por las síntesis mencionadas en la introducción, especialmente de aquellas que hablan de la continuidad y la transformación en la ciudad; del tipo arquitectónico y su metamorfosis para responder al contexto.


6. EL LUGAR.

Analizar el lugar siempre requiere de dos miradas complementarias. La primera habla acerca del lugar que un determinado encargo requiere para ser exitoso como proyecto, La segunda, como el lugar escogido marca o determina las variables de diseño en consideración a su relación con la trama urbana, con el soleamiento, con los vientos y con los hitos urbanos existentes, amén de los planes de desarrollo urbano, que para proyectos de esta envergadura no pueden pasar desapercibidos.

Desde la primera perspectiva, resulta claro que el Edificio Corporativo de Codelco Norte requería de un lugar con vocación de centro o polo de desarrollo urbano comunal. Este encargo no tenía ninguna posibilidad de ser instalado en un lugar anónimo o secundario. Exigía también, vías de acceso de tamaño adecuado, expeditas y seguras, de una conectividad que permitieran un rápido desplazamiento hacia las Faenas y edificios involucrados con la Administración de la Empresa estatal. Exigía de un lugar que no permitiera concentraciones públicas en su entorno o que, al menos, las dificultara.

Con respecto a esto, hay que decir que la ubicación escogida presenta una serie de contradicciones que dejan a cualquier observador medianamente informado sin entender el por qué de algunas decisiones. Efectivamente, el lugar escogido posee vocación de nuevo polo de desarrollo. Sobretodo si se consideran las sinergias provocadas por la instalación frente al mismo, del nuevo centro comercial de Calama. Esta ubicado, además, sobre una de las vías más importantes de la ciudad que une Calama con Chuquicamata; se encuentra a escasas cuadras del centro histórico de Calama al lado de proyectos emblemáticos de la ciudad, a futuro.

No obstante lo anterior, de poco le sirve estar ubicado sobre esta vía, si al edificio no se puede acceder por ella. Si está separada de ella por una línea férrea y si funcionalmente, los accesos están definidos en uno de sus costados y en sus espalda, es decir, con una continuidad visual total y una discontinuidad funcional o de uso, también total.

Desde la Segunda perspectiva, pareciera que el lugar como variable determinante del proyecto no fue considerada de manera muy rigurosa. De hecho, se plantea una simetría casi perfecta en el diseño volumétrico que determina, por ejemplo, la existencia de la doble piel en una fachada que no posee jamás radiación solar directa.

Del mismo modo, una de las fachadas que alberga parte importante de las oficinas y que recibe sol todo el día, no posee protección y la sombra que debía proyectar el árbol artificial del patio central en conjunto con el sombreadero superior, no alcanza si quiera a cubrir la misma durante algunas de las horas de mayor radiación.

Otro ejemplo es que la misma simetría no permite jerarquizar los accesos ni mucho menos permite leer, desde la ciudad, un orden o coherencia del texto del proyecto que permita expresar con nitidez en el exterior, su funcionamiento interior. Los bloques no presentan una jerarquía que permita entender el proyecto como una secuencia de espacios, ni menos una diferenciación mínima entre las distintas partes del edificio que le permitieran conversar con su entorno de manera de poder integrarse al único texto inacabado que representa la ciudad que debe ser abordado con la responsabilidad de insertarse en un texto que tiene historia, identidad protagonistas que no podemos ignorar.

7. CONCLUSIONES.

En síntesis, el edificio que me ha tocado analizar desde la perspectiva de la crítica arquitectónica cumple de manera relativa con lo esperable desde la perspectiva del tema, entendido este como un edificio institucional de oficinas que logra incorporar algunos de los elementos que la ciencia y la técnica han logrado desarrollar para mejorar los estándares de productividad de la jornada laboral y la calidad de vida laboral en términos genéricos.

Otros de los elementos, que podríamos decir que provienen, no solo desde los avances de la ciencia y la técnica, sino de una mirada más global de la disciplina y de una preocupación efectiva por el usuario final, han quedado, sin duda, tratados de manera inadecuada. Es el caso de algunas ausencias en el programa, como el casino, las guarderías infantiles, las salas de descanso y para fumadores, una biblioteca, un auditorio, los estacionamientos para los trabajadores para visitas y algunas dependencias para promover la integración con la comunidad en la cual el edificio se inserta.

Ahora bien, desde la perspectiva del encargo, el resultado del análisis es menos feliz puesto que elementos centrales de lo que configura un encargo, simplemente están ausentes. Esto no solo ha puesto en duda algunos de los aciertos desde la perspectiva del tema sino que ha significado la resignación, por parte de los usuarios, a algunos elementos del proyecto que por no haber sido considerados en su génesis, hoy no poseen la posibilidad de ser abordados de manera adecuada y solo pueden ser “mejorados” con soluciones parches que muchas veces traicionan el espíritu del diseño original.

Tal es el caso de los elementos de la arquitectura que no responde adecuadamente a la cultura organizacional, como los espacios de trabajo y sus estándares. O aquellos elementos, como los muros cortina que solo iluminan pasillos y oficinas individuales mientras otros espacios carecen de luz natural.

Por último, desde la perspectiva del lugar, el análisis resulta ser el menos feliz de todos. Inicialmente, el lugar escogido para su emplazamiento no responde de manera adecuada a los requerimientos de inserción urbana que cualquier proyecto de este tipo implica. Luego, porque el proyecto arquitectónico no considera adecuadamente las variables que entrega el entorno urbano inmediato y mediato, la estructura vial existente, los hitos urbanos, los elementos del clima y, lo más importante, la identidad del lugar.
Así las cosas, las conclusiones no son muy felices y a pesar de que no todos los problemas del proyecto son imputables exclusivamente a los arquitectos autores del mismo, es inevitable decir que se extraña un rol más activo de nuestro gremio en la discusión acerca de nuestras ciudades de cómo nuestras obras se insertan en ellas, como una de las formas de aportar a la conformación de ciudades más humanas y con una mejor calidad de vida. Aquí resulta imprescindible prevenir antes que curar pues curar los errores que se cometen en la ciudad resulta carísimo cuando es posible.
[1] Daniel Jadue J. es Arquitecto, Lic en Sociología y Candidato a Magister en Urbanismo de la Universidad de Chile.